Son como beatas de caricatura: se persignan ante el mal, pero nunca de alejan de él, por el contrario, quieren auscultarlo por el rabillo del ojo y saborearlo por la comisura de los labios, hasta sentir algo, un irresistible prurito, una secreta y misteriosa comezón en el punto en que el deseo le saca la lengua a la voluntad.
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